La aparición de los olmecas en el continente supuso para los pueblos nativos de aquellas regiones un salto prácticamente de la edad de piedra a la sociedad agrícola, citadina, ganadera e industrial capaz de trabajar el hierro, el oro, la plata, la obsidiana y la piedra de una manera tan formidable que sólo pudo ser igualada por los mayas muchos siglos después.
Uno de los grandes problemas de la arqueología olmeca es averiguar de dónde salieron estos adoradores del jaguar, el águila y la serpiente, cuya irrupción en la historia supuso para los pueblos aborígenes de Veracruz en México que se saltaran varias edades de la evolución humana, como son el neolítico y la edad del bronce, si no es que la del hierro también.

Sin embargo, la fisionomía de los pueblos andinos no tiene el menor parecido con la del olmeca.
A quién se parecen los rasgos faciales, la indumentaria, el porte e incluso el arte, es un problema aún más inquietante y difícil, ya no de explicar sino de aceptar por parte de la comunidad antropológica, el problema de que una parte son negroides, por no decir negros como los masai, dogón o nubios africanos.
Para poner peor las cosas, hay otra parte de las fisionomías olmecas que son, además sin lugar a dudas, claramente asiáticas pues el arte del olmeca es lo suficientemente realista como poner en graves aprietos a todas aquellas teorías pseudo-darwinistas relativas al aislamiento del continente americano.

Pero no acaba aquí el problema. Hoy está de moda todo aquello relacionado con los mayas porque precisamente ahora, en apenas año y medio se termina un ciclo cronológico de 5.125 años, ciclo que se conoce como calendario de cuenta larga o de la precesión de los equinoccios. Un ciclo que se ha demostrado científicamente exacto hasta cotas que no dejan de asombrar a los expertos, y que se encuentra simbolizado en una serie de cronogramas de piedra cuidadosamente tallados que se conocen vulgarmente como "calendarios mayas de cuenta larga".

Pues a tenor de que las excavaciones, a medida que se profundizan y se abren nuevos estratos en los yacimientos, se pone de manifiesto que no alguna de las ciudades aztecas y mayas tuvieron un origen olmeca, sino que lo tienen la mayoría de ellas, lo cual parece dar la razón a aquellos que apostaron por que el calendario maya y azteca, con sus diferencias lógicas crónicas y diacrónicas, son en realidad variantes o derivaciones del que se debería calificar como calendario olmeca.

Así pues, si se saltaron varios peldaños en las edades del hombre ¿de dónde sacaron el tiempo que se necesita para observar el cielo de manera tan precisa como para comprender un ciclo que dura más de 5.000 años con todo lujo de detalles, como expresan los citados calendarios de cuenta larga?
El problema olmeca es por tanto una triple incógnita que mantiene en perpetua controversia a los expertos, un misterio al que si no solución una navegación mucho más desarrollada de la que se ha previsto, tendremos que recurrir a Mulder y Scully para que nos la resuelvan.

Sea como fuere, y las últimas investigaciones parecen confirmarlo, deberíamos empezar a transformar la idea generalizada de que Europa es la cuna de las culturas y el adalid del desarrollo tecnológico y las comunicaciones, por otra idea un tanto más controvertida, y durante el pasado siglo descabellada, que indica lo contrario. Parece que Europa ha sufrido precisamente un aislamiento cultural y tecnológico global durante el último milenio del que sólo ha empezado a salir desde que Cristóbal Colón y Marco Polo se arrojaron al escabroso mar en buscade lo ignoto, como ya lo habían hecho una legión de héroes desconocidos y aventureros de todo el mundo, muchos milenos antes.

La vieja discusión de los arqueólogos del "qué pintarán aquí estos objetos tan raros", y la terquedad del historiador que se aferra al "no puede ser porque aquí lo pone", se abre en esta segunda década del siglo XXI con más fuerza que nunca.
La polémica esta servida sobre la mesa y echa humo, soplen con cuidad no se vayan a quemar... y buen provecho.